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Barco de Rubén Darío

Y El Barco de Rubén Darío recibe el ropaje, el acabado cromático con que fue concebido, quedando en las imágenes de la bibliografía el recuerdo de aquella imagen cautiva de otra obra de arte que pudo ser y no fue.

Será de los trabajos preliminares para el levantamiento de la escultura, de los dibujos y croquis elaborados por Juan Méjica, de sus maquetas, de la ordenación de polígonos de colores con los cuales el artista va a revestir los paramentos de hormigón, de donde surgirá la inspiración que llevará al escultor-pintor a un nuevo estilo en su obra, el "NeoCubismo", el "NeoCubismo mejicaniano".

Esta manera de hacer de Méjica es acreedora de esta categoría artística sólidamente fundamentada en un trabajo, en una investigación de la forma y el color, y, siguiendo a Benedetto Croce, en la intuición, pues a diferencia de las incursiones de otros pintores actuales en el ámbito del cubismo que no han dejado de ser meros reproductores de la pintura cubista con pretensiones de "neocubistas", la obra neocubista mejicaniana goza de una originalidad, de una creatividad, que en un estudio profundo de la obra de Juan Méjica se puede inferir de su ya lejana exposición antológica Jovellanos y Méjica. La tradición y la vanguardia permanente, celebrada en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo en 1994.

Como dijimos, a Méjica le vale todo, todo le nutre, hay cabida en sus trabajos desde la literatura hasta los desafíos del mundo científico…. Aunque lo persigue la etiqueta de sus vivísimos colores y pinturas planas inaugurales; también su sensibilidad burguesa tan alejada de los rasgos imaginarios del artista bohemio y agitado (“el arte es una mercancía y yo soy un artista capitalista”, ya proclamó en más de una ocasión).

Sin embargo, no es la suya una evolución lineal, sino discontinua en la búsqueda y logro de nuevas expresividades, que no revivales. Resultando una gramática personalísima que combina esquematismos, estructuras disipadas, sutiles yuxtaposiciones de planos coloreados e ilusiones escultóricas. La obra de Méjica no debe percibirse como una mera abstracción intelectual, espiritual o sensorial, sino que participa de lo figurativo e intuitivo.

Tampoco puede olvidarse que Méjica se comporta como un artista de género, esto es, establece el tema y las variaciones; variaciones que ejecuta a veces de un solo trazo, como una escritura. Señaladamente, parte de sus empeños se ha dirigido a la reinvención de signos e ideogramas, los cuales, por su potencia plástica, nos llegan a evocar formas primigenias de percepción y de conocimiento.

España capital de yo

Usurpare la utiliria

La serie de pinturas que componen la familia “Neocubista” tiene un elemento generatriz común, la nao de Méjica, que carga en su estilizada bodega un sinnúmero de sugerencias plásticas y estilísticas. Tiene su origen en un peculiar buque convertido en” Puerta del Mar”, arco triunfal de entrada al Parque del Mar de Creaciones para el Paraíso Natural*, donde la nave aparece varada, proa a tierra, con dos enormes ojos de buey que la traspasan de banda a banda por las amuras; aquella nao de alta borda y eslora apenas mayor que el puntal recordaría los viejos navíos de carga como la colombina Santa María, si no fuera por el generoso vacío central y por la vela-puente que se alza justo encima.

Las metamorfosis y mixtificaciones características de Méjica están muy presentes en su nao: el arco central la hace parecer enorme madreña o zueco, calzado de madera capaz para vadear lo mismo lodazales que mares de hierba mojada; los óculos componen una estilizada cara neocubista, al forzar la vista simultánea de lo que serían los escobenes por donde correría la cadena del ancla; áncora que aquí sería tan necesaria en barco tan ligero pero a la vez tan sólido y masivo; en fin, el velamen, o el puente, es el árbol totémico del artista, con sus tres pares de púas, hacia proa y hacia popa, sin haber perdido las ramas para convertirse en potente mástil…

Andando el tiempo, la nao dadá-cubista representada en 3D en Creaciones se materializó en la desembocadura del Nalón, sobre las arenas de San Juan, irguiéndose majestuosa sobre las aguas de la ría y con la mar o las sierras de fondo según la posición de quien la contemple, brillante gracias a las placas cerámicas que recubren una notable mole de hormigón aligerada por la propia forma, reflejando los grises azulados de aguas y nubes.