De Méjica se ha dicho casi todo y de todo, desde la simpleza de considerarlo sólo un remedo o un "discípulo aventajado de Miró" -lo que evidencia que los tópicos son como las cucarachas- a presentarlo como il creatore o el "Da Vinci de Navia". Desde luego, su personalidad -poliédrica- y su obra -controvertida- nunca dejan a nadie indiferente.
Su actual singladura, entre el "ojocentrismo" y el "neocubismo", resulta otra clara oportunidad para descubrir e identificar algunos de los registros más potentes de este artista polimorfo y heterodoxo, prolífico e inclasificable.
En definitiva, Méjica se ratifica como un "creacionista" o "vanguardista poshistórico" que posee el don de persistir en sus exploraciones de los extremos de la realidad y de otorgar significados no precisamente consensuados al objeto formal de su atención, al que trata de dotar de un hálito mágico y/o surreal.